El
orgasmo ilumina el rostro y nos deja desnudos sin que podamos hacer
gran cosa por disimular el momento. Dos artistas han fotografiado caras
anónimas en su instante más íntimo. Y los lectores, a través de las
redes sociales, han aportado sus originales y más personales
definiciones.
Es
un día lluvioso y gris en 1890, en Chelsea, y el ama de llaves abre la
puerta de la lujosa mansión londinense para recibir al médico. Su señora
está en el dormitorio, aquejada de su habitual ataque de histeria: no
puede dormir, discute con su esposo, está nerviosa, tiene "fantasías
eróticas" y pesadez en el abdomen. El doctor trae a su ayudante, quien
carga con un artefacto de sesenta kilos, que consta de un eje, una
pesada batería, brazos especiales y extremos vibratorios. Ella espera
sentada como una criatura victoriana pura y virtuosa, y se tumba en el
sofá. El médico aplica los electrodos a su sexo. Los gemidos de placer
dan fe de que el tratamiento es fantástico, mejor aún que los masajes
que el propio galeno le venía propinando con sus manos.
"Los
médicos pensaban que la histeria era una enfermedad nerviosa causada
por el útero y que había que prestarle atención mediante masaje", dice a
El País Semanal la investigadora Rachel Maines, de la Escuela de
Ingeniería y Computación de la Universidad de Cornell, en Nueva York.
"De esta forma, ellos provocaban en ellas el paroxismo histérico, pero
no pensaban que fuera un orgasmo, sino como si tuvieras la fiebre:
rompes a sudar y te sientes mejor". Maines ha investigado en su obra La tecnología del orgasmo (editorial
Milrazones) el uso de los primeros vibradores. "El masaje continuaba
hasta lograr que el rostro se iluminase. Los médicos creían que era el
mal haciendo crisis, algo nada sexual. Con los vibradores eléctricos
realizaban el masaje más rápido. Se quejaban de que si usaban las manos
untadas de aceite y perfume, los masajes duraban una hora. No puedes
atender a muchos pacientes de esta forma. Pero con el vibrador puedes
hacer el trabajo en cuatro minutos. Y por el mismo precio".
El orgasmo humano es universal, pero la percepción del placer es cultural. Las esposas victorianas, idealizadas por el poeta inglés Coventry Patmore en El ángel del hogar, eran
castas y angelicales. Los médicos tomaron entonces el poder sexual
femenino, y recetaban quizá sin saberlo bien un orgasmo como medicina.
Cobraban entre dos y cinco dólares -una cantidad accesible a las clases
altas- para evocar un placer inalcanzable. Sus maridos, en cambio,
estaban autorizados para disfrutar con prostitutas. Ellas les
demandaban algo que no obtenían en la cama, en tiempos en los que se
pensaba que la penetración era lo único que definía un acto sexual con
una mujer. "Hoy día no sería posible convencer a una mujer de que un
tratamiento así no tiene nada que ver con el sexo", dice Maines. La
electricidad traería una revolución sexual -los primeros vibradores
costaban el equivalente a doscientos dólares, como una casa pequeña en
la época- que luego tendría su explosión en los años sesenta del pasado
siglo.
El orgasmo ha sido casi siempre sinónimo de prohibición.
Pero, en una breve ojeada a las culturas y la forma en la que se han
enfrentado al placer, hay recomendaciones sorprendentes, dicen los
investigadores Beverly Whipple y Sara Nasserzdeh en una obra conjunta
con otros expertos, The orgasm answer guide (John Hopkins University Press). Martin Lutero, el fundador del protestantismo, recomendaba dos orgasmos a la semana. El Corán,
uno. Zaratustra, líder religioso de Persia, uno cada nueve días. El
hinduismo, entre tres y seis veces al mes. Y el Talmud rabínico, entre
una vez al día y una vez por semana, dependiendo de la ocupación del
hombre (si uno es marinero o mercader, o si viene a casa después del
trabajo). Con una salvedad importante: las recomendaciones estaban
dirigidas siempre a los hombres, no a las mujeres. En su obra, Whipple y
compañía destruyen mitos que aún hoy nos rondan: como que en las
mujeres el orgasmo es mucho más prolongado que en los hombres. Los
estudios más recientes dicen que la media en las mujeres es de 18
segundos (en casos extremos, quizá dos minutos), y en los hombres, de 22
segundos. Y no hay consenso. Un ensayo clásico de los sexólogos Master y
Johnson publicado en 1966 dice que el orgasmo femenino oscila entre
tres y quince segundos, y que los orgasmos masculinos son aún más
cortos.
Aparte del tiempo, ¿qué tipo de sensaciones experimentan unas y otros?
En otro ensayo realizado en 1976, los investigadores Ellen Vance y
Nathaniel Wagner, de la Universidad de Washington, en Seattle,
comprobaron que un grupo imparcial de ginecólogos y ginecólogas no
distinguían el sexo de los participantes en base a la descripción de sus
orgasmos.
Hay aproximadamente un millón de webs que tratan sobre el orgasmo. Un océano caótico de desinformación. Los bulos se hinchan, sobre todo por culpa de la pornografía. Por
ejemplo, es falso que la longitud del pene facilite el orgasmo
femenino, algo que los estudios científicos no han demostrado (aunque
algunos sugieren que la circunferencia del pene sí podría ejercer alguna
influencia). O que el orgasmo es una manera efectiva de quemar
calorías, cuando el momento del coito supone dos o tres calorías
quemadas, y el acto de hacer el amor, no más de cincuenta.
Hay, en cambio, otras asociaciones estadísticas chocantes.
Parece que existe un cierto efecto protector del semen en la mujer en
relación al riesgo de sufrir un cáncer de mama -un tema no aclarado-, y
otro estudio, según afirma el equipo de Whipple en su obra, sugiere que
cuanto mayor sea el número de compañeros sexuales de ella, menor sería
ese riesgo, algo que ningún oncólogo recomendaría.
En
otros casos, el riesgo de sufrir un ataque al corazón durante el coito
resulta más bajo de lo que se piensa, de uno entre un millón de
individuos sanos. En cualquiera de los casos, los orgasmos resultan muy saludables.
En un estudio de 918 individuos de entre cuarenta y cincuenta años,
presentado en una reunión de la Federación de Paternidad Americana, se
hizo un seguimiento durante una década: aquellos que tenían más de ocho
orgasmos mensuales tenían una probabilidad doble de estar vivos con
respecto a los que solo tenían uno al mes. Y otro realizado en mujeres
hospitalizadas mostró que la frecuencia de problemas cardiacos era mayor
en aquellas que no disfrutaban de sus relaciones sexuales.
En pleno siglo XXI, el orgasmo sigue siendo un misterio.
Los investigadores están usando los mejores escáneres para observar qué
se enciende o se apaga en el cerebro de uno cuando es masturbado por su
pareja. Hay una zona, llamada núcleo accumbens, en la parte más
frontal del sistema límbico -el cerebro del mamífero- que se enciende en
ellos y en ellas durante el coito. Las zonas productoras del miedo se
apagan en esos intensos segundos.
Se dice que el orgasmo es una cuestión más cerebral que genital,
pero la geografía del placer es aún un mapa tan inexplorado y
misterioso como complejo. Como ejemplo, mire las imágenes de este
reportaje (http://www.elpais.com/fotogaleria/fogonazos/bella/agonia/elpgal/20110610elpepusoc_4/Zes/1
). ¿Qué tienen en común todas las expresiones faciales, tanto de ellos
como de ellas, durante el coito? En el momento más intenso, las caras se
iluminan, las bocas se abren, los ojos se cierran, el ceño se arruga,
se aprietan los dientes. Ellos y ellas adoptan una expresión que en muchos casos es calcada al dolor.
¿Por qué? Una expresión muy similar quedó inmortalizada en una
maravillosa estatua de Santa Teresa del genio Giovanni Lorenzo Bernini
llamada El éxtasis de Santa Teresa, en la que la santa entra en un trance que algunos han querido ver como un estado orgásmico. Según el equipo de Whipple, el orgasmo y el dolor están comandados por estructuras nerviosas que se superponen. Las mujeres, durante un orgasmo por estimulación de la vagina, se hacen más insensibles al dolor.
En
otros casos, los médicos han comprobado que en los pacientes de dolor
crónico a los que se les han bloqueado mediante fármacos ciertas rutas
neuronales a lo largo de la médula espinal son incapaces de experimentar
orgasmos. ¿Cómo se relacionan ambas cosas? "Los científicos no lo
saben", dice Rachel Maines. "Uno de los aspectos más interesantes de
la excitación sexual es que inhibe muchos de los receptores del dolor
real que se apagan en cualquier parte del cuerpo". El orgasmo
también es algo que ahora está bien visto, es aceptado. Incluso se nos
empuja a creer, de forma equivocada, que una vida sin orgasmos nos hará
infelices. La parte positiva, según esta experta, es que ahora no
hay impedimentos para animar a las parejas de todas las edades a que
hablen y compartan entre sí y de forma abierta su sexualidad. "Una de
las partes más destructivas de la sexualidad del pasado milenio fue que
se daba por supuesto que las mujeres no podían mostrar a los hombres
cómo provocarles un orgasmo. Se creía que ellos nacían con ese
conocimiento".
LUIS MIGUEL ARIZA 12/06/2011: “12 fogonazos de bella agonía”.
http://www.elpais.com/articulo/portada/fogonazos/bella/agonia/elpepusoceps/20110612elpepspor_12/Tes
Si no fuese por el morbo (o enfermedad) causado por la represión de la cultura -incluso en las sociedades que se consideran más libres- un texto como éste no llamaría la atención más que otro dedicado, por ejemplo, a las papilas gustativas. Tal vez deberíamos tomar conciencia de ello y obrar en consecuencia.